lunes, julio 12, 2010

ELOGIO DEL RIDÍCULO

Se suele definir el sentido del ridículo como el recurso que tiene el ser humano para no quedar en evidencia ante los demás. Algunos no lo tienen, expresando sus emociones y opiniones sin temer la reacción de su entorno, y otros lo tenemos muy exacerbado, suponiendo un muro casi infranqueable para mostrarnos como somos realmente ante los demás.

Es un sentimiento social. Uno no hace el ridículo solo, lo hace frente a un grupo social, por ver herido su orgullo, por no demostrar su valía o sus dotes, por sentirse fracasado, por salirse de lo considerado normal, hacer algo inconveniente y pensar que los demás van a adoptar una actitud despectiva ante ese comportamiento, por sentir miedo a ser señalados como diferentes cuando lo que queremos es no destacar y que no se hable de nosotros.

El sentido del ridículo nos paraliza, nos da inseguridad y timidez, no nos deja hablar, nos hace olvidarnos de lo que íbamos a decir, nos sigue dejando con nuestras dudas, pues no nos atrevemos a expresarlas, nos impide hacer crecer nuestros conocimientos, nos hace pensar una y otra vez antes de expresarnos, nos hace pensar que se van a reir de nosotros y que vamos a quedar en evidencia, nos hace distanciarnos de las relaciones sociales. Nos hace, en definitiva, aflorar en toda su expresión la vergüenza.

El ridículo no tiene edad. De pequeño puede causar traumas, de joven puede causar depresiones, y de más mayor, y aunque sabemos más de la vida y de sus mecanismos compensatorios, y hemos aprendido más habilidades sociales, también puede causar estragos.

Se puede sentir por medio de una ruborización, por secreción lacrimal, por un vacío repentino en el estómago, por temblores, por sudoraciones, por un fuerte dolor de cabeza, y suele producir en casi todos los casos un período más o menos largo de hundimiento anímico y de pérdida de confianza en sí mismo.

El sentido del ridículo nos impone unas presiones psicológicas y sociales para seguir ciertos patrones de conducta que terminan coartando nuestra libertad de acción individual, no dejando manifestar a nuestro yo con plenitud para acomodarnos a esos patrones.

En ocasiones rompemos esos grilletes que no nos permiten manifestarnos tal y como realmente somos. Nos lanzamos, en pos de vivir la vida con una alegría, frescura y espontaneidad reprimidas, a tumba abierta cuesta abajo y sin frenos. Y lo más normal es pegarse el batacazo. Entonces actúa el sentido del ridículo en toda su expresión. Pensamos que dimos todo lo que teníamos en la bajada, y cuando te estrellas no sabes ni qué dirección tomar, pues la habitual la has dejado tan bacheada que es muy probable que sea intransitable.

Tampoco es bueno carecer completamente de él, pues supone un desprecio de las normas sociales y una falta de respeto hacia los demás, además de un riesgo evidente de no conseguir los objetivos, aunque a veces es muy bueno para tener una alta autoconfianza. Lo mejor es tener un sentido del ridículo entre ambos extremos. Se aprende con el tiempo que muchos temores al rechazo social están cargados de prejuicios, liberando en cierta medida parte de esa potencial vergüenza.

Lo mejor para hacerle frente es, primero, darnos cuenta de que nuestro sentido del ridículo es eso, ridículo. Analizar profundamente nuestro interior, nuestros temores, sensaciones y emociones, y aprender a regularlos. Conocernos más a nosotros mismos. Pensar acerca de la importancia que tiene para nosotros la aprobación de los demás. Sentir que lo que hacemos es normal, sin importarnos más de lo necesario lo que piense el grupo social. Afrontar esas situaciones que nos inspiraban temor por el miedo al ridículo, y sentirse convencido y seguro al hacerlas, sin pensar en su eventual rechazo o reproche. Y reirse. Reirse mucho de uno mismo.

El escritor y político Vaclav Havel lo resume a la perfección:

"Cualquiera que se tome demasiado en serio corre el riesgo de parecer ridículo. No ocurre lo mismo con quien siempre es capaz de reirse de sí mismo".

Y ahora mismo, por primera vez en mi vida, y tras sufrir el último de una serie impresionante de batacazos, me estoy partiendo de risa de mí mismo... Con los años uno no pierde el sentido del ridículo, porque va en los genes, pero aprende a gestionarlo a base de chichones y magulladuras.

2 comentarios:

Juan Al dijo...

jojojo yo hago el ridículo cada vez que me miro al espejo por las mañanas

JL dijo...

Pero al menos te ríes, jojojo. Eso no es ridículo: es la realidad pura y... ¿dura?