sábado, marzo 08, 2008

PERSONAJES DEL TEBEO (13)


ROBERTO SEGURA

De la generación de los Raf e Ibáñez, Roberto Segura Monje (Badalona,1927) ingresa en Bruguera en 1957, tratando de contribuir a llenar el hueco dejado por los maestros Cifré, Peñarroya, Escobar y Conti, que han fundado el Tío Vivo ese mismo año. De entre unos y otros, la particularidad de la obra de Segura se encuentra en su carácter actual, contemporáneo y cotidiano, de puesta al día de la historieta. Con la única excepción del anticuado sombrero de Rigoberto Picaporte, un canotier más propio de los personajes-tipo anteriores de la casa, las creaciones de Segura respiran inmediatez y se acercan más que las de ningún otro (hasta ese momento) al juvenil mundo del lector de tebeos. Es una tendencia que va acentuándose con el paso del tiempo y que se reafirmará con la llegada de otros autores aún más jóvenes, como Rovira. El caso es que en Segura no encontramos exotismos (como en el Don Pancho de Jorge, o en el Alí Olí de Vázquez), ni personajes conceptuales (como los Feliciano y Ángel Síseñor, de Vázquez, o el Ofelio de Jorge, o el Don Óptimo de Escobar), ni estrambóticos (como Don Berrinche, de Peñarroya, Carioco de Conti o Doña Urraca, de Jorge, o Don Isótopo, de Vázquez), ni aventureros (como Topolino de Figueras, Mortadelo de Ibáñez, Sir Tim de Raf, o Anacleto de Vázquez). Sus protagonistas, que aspiran a identificarse con la gente corriente, son individuos de perfil medio, sin acusados relieves, a los que les suceden cosas extraordinarias acometiendo empresas de lo más cotidiano. A esta línea hay que sumar la particular especialidad de Segura en personajes juveniles, que no encuentra parangón en otro compañero.

Algunas de sus series más destacadas son: Rigoberto Picaporte, solterón de mucho porte (1957), Rebóllez y señora (1957), Los señores de Alcorcón y el holgazán de Pepón (1959), Laurita Bombón, secretaria de dirección (1963), El grumete Diabolín y el Capitán Serafín (1967), La panda (1969) y Pepe Barrena (1969). En su producción predominan las historietas de tipo costumbrista, que satirizan la realidad española de los 60 y 70.

A esta especie de formulación del universo seguriano, basado en lo cotidiano y en lo juvenil, cabe complementarla con una tercera especialidad añadida: la historieta de protagonista femenino. Suyas son las series más populares del género: Lily y Gina, titulares de sus propias publicaciones, a las que hay que sumar, entre otras, a Maritina, chica de la oficina (publicada en Can Can, primera época y, retocada, en Lily), Piluca, niña moderna (Blanca, Sissí, 1959), y la tira Marilú (publicada en el semanario de información musical de la editorial Bruguera, Fans a partir de 1965). El desarrollo de su obra sobre estas premisas se producirá en Bruguera a lo largo de casi tres décadas ininterrumpidas.

En la obra de Segura, en el momento de su llegada a Bruguera, con 30 añitos justos, encontramos una personalidad que irrumpe emergiendo con una rotundidad manifiesta del expresionismo algo “fauvista” de su grafismo. Segura dibuja con trazo radical, no muy alejado del feísmo de Nené Estivill aunque sus modelos, en muchas ocasiones sean jovencitas de notable belleza. Este grafismo decidido se pone en juego para incrementar la eficacia del gag. Y esa decisión la mantendrá en toda su carrera, aunque con el tiempo se atempere un tanto. Lo cierto es que cuando Rigoberto o el Capitán Serafín se ven envueltos en una crisis, ésta adquiere necesariamente carácter de verdadera hecatombe. Si La Panda huye despavorida, la sensación de pánico se comunica al lector de forma prácticamente eléctrica y los soponcios que sufre doña Abelarda alcanzan a quien a ellos asiste como espectador de forma tal que le provocan desasosiego. Dignos de destacar son los primeros planos que trazaba del rostro de sus personajes en los que se plasmaba su reacción ante una contrariedad . Este recurso narrativo lo empleaba Segura con gran acierto y oportunidad.


RIGOBERTO PICAPORTE, SOLTERÓN DE MUCHO PORTE

Rigoberto Picaporte, solterón de mucho porte inicia su andadura por primera vez en la revista Pulgarcito a finales de 1957. La serie satiriza los empeños del protagonista, Rigoberto Picaporte, por casarse con la joven Curruquita Cencérrez, atractiva y de un nivel social superior, para lo cual hace lo imposible por agradarlas a ella y a su madre, doña Abelarda. Como es de prever en una historieta cómica de la escuela Bruguera, el protagonista termina a menudo ridiculizado y jamás consigue comprometerse con Curruquita. Se satiriza también en la serie el ambiente laboral (Rigoberto es oficinista, sometido al humor caprichoso de sus jefes). En general, la historieta tiene un marcado tono costumbrista.

Rigoberto es una criatura cuya naturaleza de perdedor lo emparenta con los personajes más admirados y venerados de la ficción. Su aura de individuo condenado por un hado adverso, con la crisis superpuesta de la mediana edad, hace que se haya ganado las simpatías del lector. Su soledad le convierte en un modelo con el que es muy fácil sentirse identificado. Los reveses de la fortuna, que se empecinan en torcer sus planes de triunfo social y amoroso, despiertan en el público reminiscencias de sus propios fracasos y una corriente de empatía se establece con el talludo soltero desde la primera viñeta.

Algunos personajes secundarios, además del propio Rigoberto, Curruquita y doña Abelarda son Eufemia, criada de Rigoberto, y Pepito, sobrino de Rigoberto.

En las primeras historietas, el personaje no parece todavía tan obsesionado como llegará a estarlo con su soltería. Las historietas tratan de temas diversos y su protagonista se parece a otro “Don Fulano” más (de los que llenarán las páginas de los tebeos de la editorial en sus tiempos de expansión) al que le pasan cosas varias, casi siempre en compañía de algún amigote.

En este sentido, la figura de su colega Pirindólez, tiene una relevancia mayor de la que el aficionado medio recuerda, cuando piensa en esta serie de Segura. Pirindólez será su compañero en excursiones al campo, en partidas de caza o pesca y en la iniciación de algún negocio o en cualquier otro incidente que sirva de excusa argumental para una nueva historieta, como la mala pasada que le gasta en una historieta, cuando le vende un “haiga” fabuloso que sólo tiene el inconveniente de que no anda .

Otro personaje de sus primeros tiempos que desaparecerá sin dejar rastro es su tío Enriqueto, ricachón con mostacho al que Rigo sablea tanto como puede y al que espera heredar, algún día. Con el paso de las semanas, asistimos a la irrupción de Curruquita, la eterna novia, que en un principio, en lugar de tener “Mamuchi”, tiene “Papuchi. Previamente, se ha incorporado a la serie la fámula Eufemia, que irá ganando protagonismo con el tiempo, haciendo que el mundo rural interfiera en las aspiraciones de Rigoberto. Así, por ejemplo, recomendaciones de Eufemia llevan al protagonista a adquirir sendos coches (símbolo de prosperidad imprescindible para conquistar a su novia) de amigos de su pueblo, que resultan sendos fiascos, como era de esperar.

Todo lo que Rigoberto intenta para impresionar a su novia y a su estirada mamá fracasa estrepitosamente. A los inconvenientes de una depauperada economía, nuestro héroe intenta oponer la fuerza de la imaginación, pero nada de lo que prueba se revela eficaz. En su afán por abandonar la pobreza y alcanzar la meta del matrimonio hasta intenta apoderarse de una supuesta mina de uranio.

Por si la situación no fuera ya bastante mala, invitando al caos a venir para quedarse, surge la figura de su sobrinito Pepito, quien en sus primeras apariciones tiene un aspecto ciertamente monstruoso, dotado de una pelambrera imposible y unos rasgos fieros que asustan (el cual por cierto no mejorará demasiado cuando, en el transcurso de las semanas, se quede pelón, pero será algo menos horrendo). Aunque terminará casi siempre poniendo en evidencia a su tío ante su prometida y su madre ocasionando desastres varios.

En el terreno de las acechanzas que convierten la existencia de Rigoberto en una pesadilla, destaca sobremanera la figura de la “Mamuchi”, mujer hombruna de figura tan imponente y amedrentadora , como propensa a caer en bochornosos ridículos. En las primeras historietas se le conoce como Fulgencia, antes de adoptar el definitivo nombre de Abelarda, señora de Cencérrez. Fumadora de puros (en alguna viñeta fuma hasta dos a la vez, con ayuda de una boquilla doble) se la ve muy capaz de noquear al pobre Rigo de un “uppercut” o de un vulgar estacazo y ejerce su despótica autoridad sobre su hija, la insustancial (y cada vez más mona) Curruquita.

La serie del soltero estrella de Bruguera pasó de Pulgarcito a Din Dan en 1968, aunque en forma de historietas dibujadas del orden de unos diez años antes. Quizá por ser su primera serie "importante", o por ser la más longeva, o por tener un protagonista individual (con el que se le quiso identificar al propio Segura, lo cierto es que la serie de Rigoberto Picaporte es, de todas las de su autor, la más clásica y, en consecuencia, la más imperecedera.


LOS SEÑORES DE ALCORCÓN Y EL HOLGAZÁN DE PEPÓN

Esta historieta, probablemente la segunda más comúnmente conocida de entre las de Segura y por ello, la segunda más popular (a lo que contribuye no poco la contundencia de la rima de su título, de forma análoga a como pasaba con Rigoberto Picaporte), tuvo un claro antecedente en su aportación al DDT, recién ingresado en Bruguera, en 1957. Así como Raf colocó una serie de una página con vocación de permanencia y de clasicismo en Pulgarcito (Doña Lío Portapartes, señora con malas artes) a la que había antecedido una modesta tira en DDT (Campeonio), Segura hizo lo propio, estrenando en la revista decana su Rigoberto, al que había precedido Rebóllez y señora, en DDT.

Esta serie, descripción de las diversas estampas que se pueden hallar en la vida matrimonial cotidiana de una pareja de clase media-alta, muy apropiada para los planteamientos de la revista que le acogía (dirigida a los “adultos con reparos” de la época), ocupaba tan sólo un tercio de página y fue el germen del que nació Los señores de Alcorcón y el holgazán de Pepón. Es muy notable la evolución del aspecto de los personajes protagonistas en la que es más que perceptible el rejuvenecimiento que experimentaron con el transcurso de las semanas.

La pareja sin ningún atractivo físico de las primeras historietas de 1957, (señor bigotudo y calvo y señora flaca de afilada nariz, sin ningún relieve en su anatomía) es sustituida por una renovada dupla en la que la señora está de muy buen ver y el señor, dentro de las limitaciones propias de su sexo, la menos, disfruta de una hermosa mata de pelo (1959) . El caso es que de los Rebóllez nacieron los Alcorcón, que se instalaron en Tío Vivo en 1960, tras un paso bastante efímero por la cabecera de Suplemento de historietas del DDT. En el hogar de los Alcorcón se constata que si la buena marcha de la convivencia matrimonial ya presenta no pocas dificultades por sí misma, la inserción de un elemento extraño (y más si es de las dimensiones del masivo Pepón) en el ámbito conyugal multiplica la complejidad.

Ser un vago no tenía muy mala prensa en la España del pluriempleo, en la que quien quería trabajaba dieciocho horas diarias. Resultaba una figura simpática la del que no trabajaba por no ambicionar bienes materiales cuando todo el que quería podía tener varios empleos para agotarse en ellos y ganar lo suficiente como para abonar los plazos de la lavadora y el utilitario. Su estimación se deterioró mucho con la llegada del aumento del paro y la escasez de empleo. Ya no se encontraba trabajo a voluntad y tener siquiera un solo empleo significaba estar bendecido por la suerte.

Así las cosas, los vagos ya no eran unos románticos desprendidos, algo místicos y contemplativos, como Pepón, sino unos pervertidos a los que se debía odiar. Pepón sumaba a este carácter soñador, donde le “oímos” decir que le gusta mirar la vida pasar, a través de la ventana, una naturaleza primitiva y una fuerza física descomunal, lo que le convierte, en cierto modo, en un buen salvaje (amante de los animales, como prueba en diversas ocasiones adoptando todo tipo de bestias), que si no trabaja es por su situación marginal en una sociedad que no comprende y que no le acepta.

Las acusaciones de su cuñado, el irritable Arturo Alcorcón, de ser un inútil y un aprovechado, nacen de una perspectiva viciada por las convenciones sociales. El empleado que cumple con sus obligaciones de asalariado y marido no puede entender que alguien, en su propia casa, eluda todo tipo de responsabilidad y se dedique, mansamente, al “dolce fare niente”.

En casi cada historieta asistimos a un inicio marcado por la agresión de Arturo (el hombre alienado) hacia Pepón (el espíritu libre sujeto a un corpachón tendido en un diván), conminándole (normalmente, a base de patadas) a deponer su actitud e incorporarse (física y mentalmente) a la vida laboral en concreto y a la vida social, en general. Esta actitud agresiva del dueño de la casa se dulcifica hipócritamente cuando atisba que Pepón puede servirle de alguna utilidad, como cuando Arturo pide dinero a su cuñado. Ante comportamientos así, el lector se pone de parte del supuesto “indeseable” y gorrón que, al menos, no tiene doblez y se comporta de acuerdo con su condición.

Como es lógico, la naturaleza de Pepón se impone siempre sobre los convencionalismos a los que representa Arturo y cualquier intento por iniciarse en el mundo del trabajo por parte del zángano, revierte , por la vía del caos, en una catastrófica desdicha para el laborioso, irascible y sanguíneo cuñado. Y no solo en lo relativo a la búsqueda de empleo, cualquier intento por parte de Pepón para intervenir en la vida convencional de manera constructiva se traduce en un cataclismo.

La señora de Alcorcón pone en juego todo su instinto protector (claramente maternal) a favor de su hermanito, demostrando poca comprensión por la alterada conducta de su cónyuge por el que da la sensación de no sentir excesivo afecto. Con el transcurso de las historietas, a la serie se incorpora el personaje de tía Lutgarda, una anciana adinerada a la que hay que tener contenta con fines hereditario y a la que fatalmente se le hace víctima de todo tipo de desastrosos accidentes por causa, generalmente, de la codicia de Arturo y de la torpeza de Pepón. Las peores consecuencias de los tropiezos en que hacen caer a la anciana, son, no obstante, para el matrimonio de los señores de Alcorcón, que ven disiparse en el éter la ansiada herencia.

Esta serie de una convivencia matrimonial anómala (especialmente vista con la mirada actual, de forma similar a como nos causaba extrañeza la convivencia de tía y sobrino, descrita en una entrada anterior) se estableció en Tío Vivo como uno de sus puntales y llegó a alcanzar los honores de la portada en un período bastante prolongado del año 1972, aunque en muchos casos, con historietas antiguas.


PEPE BARRENA

La primera historieta de Pepe Barrena se publica en la portada del Gran Pulgarcito en de septiembre de 1969. Se trata de la clásica presentación del personaje y sus circunstancias. Pepe Barrena es un trabajador de un taller que, harto de su subordinación, se construye un avión con piezas de desguace para independizarse como piloto autónomo.

Se trata de un protagonista atípico en relación a los modelos previos de la editorial porque, al igual que su coetáneo Flash, el fotógrafo de Raf, es bien parecido y su aspecto no es inductor de ninguna comicidad. Tampoco su actitud o su personalidad son factores que la provoquen. Pepe Barrena comete errores o francas barbaridades, pero no son debidas a su naturaleza intrínseca sino a las circunstancias que producen accidentes o malentendidos.

Sus andanzas, como las del Capitán Serafín, carecen de más hondura que la de su espumoso y refrescante dinamismo. Batacazos, sustos, “sapristis” y “horreurs” indican que llega el final de cada historieta en la mayoría de las ocasiones. Su antagonista habitual, el jefe de la torre de control del aeropuerto, despierta mucho mayor interés por tener mayor fuerza dramática, como suele suceder en todos los casos en los que el protagonista no es un cómico.

No es de extrañar que el encargado del taller donde trabaja Pepe Barrena en su historieta inaugural crea que este se halla entregado a la lectura de una novela, lo que le cuesta al piloto que le alcance un broncazo. Se trataría de la repetición de una situación que menudea en las historietas de esta generación de dibujantes. Esta característica coincide con la señalada para una serie de personajes de Raf, con lo que Pepe (aunque sólo lea manuales) y Diabolín podrían formar un “Club de Lectores” con sus compañeros el sargento Blops, Doña Tecla Bisturín, o el también grumete Teófilo (el subordinado del Capitán Aparejo).

Pepe Barrena prolongó su vuelo desde Gran Pulgarcito hasta su sustituta, el semanario Mortadelo, aunque algo alicaído. Del mismo modo que su compañero de fatigas, Flash el fotógrafo, Pepe Barrena perdió el rango estelar de la portada y su presencia se fue haciendo más infrecuente.


EL GRUMETE DIABOLÍN Y EL CAPITÁN SERAFÍN

Cronológicamente, la serie marinera de Segura es anterior a la del piloto “free-lance” y no es, además, en propiedad, una creación suya. Fue Jordi Buxadé (Barcelona,1930-1997) quien inició en las páginas del DDT, en 1967, las aventuras de este capitán de barco y su grumete, que recogían la antorcha naval de las andanzas de otra serie que navegó en las mismas aguas ocho años antes: la del Capitán Aparejo, zoquete como un cangrejo, de Raf. El traspaso del Capitán Serafín de revista y de dibujante se produce con el nacimiento de la nueva etapa de Din Dan, en 1968. Entonces, Segura (que conserva únicamente el rótulo de la serie original) prescinde de los modelos heredados para crear los propios.

El Capitán Serafín pasa de tener aspecto de boxeador retirado (con la nariz fracturada incluida) a ser un señor bigotudo y calvo. El grumete Diabolín adquiere un aspecto que será el mismo que tendrá Johnny, uno de los miembros de la Panda, con el aditamento, únicamente, del correspondiente gorrito marinero, muy alejado , por tanto, del grumete original de Buxadé, con la cabeza rapada a lo marine y cara aniñada, de nariz ínfima. Con ser importante el cambio de apariencia de los personajes, lo es mucho más el cambio en su dinamismo. Segura dinamiza sus personajes como nadie y, en este caso, la comparación con la serie heredada esta característica queda netamente resaltada.

Las peripecias de este capitán de la marina mercante y su grumete están llenas de acción trepidante que caracteriza al autor y se circunscriben a la narración de simples incidencias en las que el grumete provoca con sus torpezas los correspondientes desaguisados. Un poco, o un mucho, en la línea del Botones Sacarino, otro mozalbete inserto en un mundo laboral de señores malhumorados hechos y derechos.

Como todo el trabajo de Roberto Segura, contiene viñetas de brillantez expresiva insuperable, que no desaprovechan la ocasión de poner en la picota al poderoso y al prepotente. Al tratarse de un personaje con galones, un oficial (aunque sea de la marina mercante), es una evidencia que Segura conoce perfectamente la eficacia cómica (y salutífera, además) de menoscabar la autoridad poniéndola en situaciones ridículas de manos de los débiles subordinados. Los personajes más poderosos socialmente por su riqueza o que más abusen de la autoridad que detentan, reciben un tratamiento justiciero por parte de Segura que los coloca en la picota del ridículo, como le pasa al capitán. El “peloteo” de los jefes intermedios a los jefes supremos también recibe el correctivo correspondiente, como sucede en una historieta, en la que un monarca africano es envenenado involuntariamente, lo que hace que Serafín y Diabolín terminen en sendas cazuelas y puestos a cocer.


LA ALEGRE PANDILLA

Segura inicia sus propuestas de historietas de grupo con La alegre pandilla, protagonizada por un puñado de niños de unos once o doce años, en principio, la edad del público lector al que va dirigida (lo que no es, ni mucho menos, un hecho frecuente en las series de la editorial).

Empezó a publicarse en la revista Marisol, dedicada a la popularísima niña-prodigio por excelencia del cine español y de allí pasó a Mundo juvenil. Con el paso de los años, la serie se aprovechó para llenar páginas de Tío Vivo. Forman la Alegre Pandilla el variopinto grupo de amiguitos que son los niños Titín, Gafitas y el gordo Pepín, la niña Fifina más el antagónico gamberro Músculos, elemento negativo de la serie, provocador de conflictos y víctima, finalmente, de sus malas intenciones.
En su conjunto, esta creación de Segura recuerda los cortometrajes de Hal Roach, Our gang, especialmente por el improbable gorro en forma de coronita que lleva Músculos y que difícilmente se encontraba en la España de los sesenta. El hecho es que el fanfarrón y francamente molesto Músculos se erige en el verdadero motor de la serie y conforme se acumulan las historietas, menudean más aquéllas en las que él es el protagonista en solitario, como sucede, por ejemplo en la historieta del Almanaque de Tío Vivo para 1968, en la que tiene que verse las caras con un marciano pequeñito.


LA PANDA POP

La panda Pop la forman algunos personajes que proceden directamente de su antecesora, como el niño obeso, que aquí le llaman directamente Gordito y Titín, que apenas ha variado de aspecto. Desaparece Músculos y se incorpora una chica joven y estudiosa, llamada Ofelia, que es la encargada, en esta ocasión, de llevar los lentes que Gafitas portaba en la anterior. Un joven moreno, Johnny, coincide con el ausente Músculos en la manía de llevar en su jersey la inicial, bien visible, de su nombre.


LA PANDA

El tercer paso en la evolución de la Serie de Grupo de Segura (pues, bien mirado, se podría considerar que nos hallamos ante tres variaciones de una sola serie) se traduce en La Panda, protagonizada por unos personajes que bien podrían ser los hermanos mayores de los anteriores o ellos mismos, al cabo de unos cinco años.

Es a través de esta nueva serie cuando Segura alcanza la cúspide de su éxito popular, que se cristaliza en dos Olés. La intervención del guionista Andreu Martín, de forma análoga a como había dotado de mayor interés cómico a las series de Raf, Campeonio y Sir TimO’Theo, también con la serie de La Panda, en las páginas de Súper Pulgarcito (1970) realiza un trabajo brillante, aportando un humor de tintes surrealistas, desenfadado, emparentado claramente con el absurdo de los Hermanos Marx o de las películas de Richard Lester (con o sin Beatles), mediante historietas largas con mayor desarrollo argumental que las habituales y con una sensacional riqueza de personajes secundario o incidentales, que enriquecían y engrandecían la labor habitual de Segura, limitada a una página.

En este sentido, son muy destacables las creaciones del agente Manguis, un aliado del bien, y los villanos El Mago (un maligno hipnotizador) con sus ayudantes humanos y su esbirro bestial, el monstruoso Diávolo, que aparecen en La panda y el tesoro, o el encapuchado genio del mal Oscuro, villano de la aventura El silencino, con sus correspondientes secuaces.

Esta ambición narrativa propició logros tan disfrutables e hilarantes como los recopilados de la revista Súper Pulgarcito en los dos Olés, El silencino y La isla de los chalados. En ellos, además de las dos historietas que les daban título, también aparecía otras magníficas, como La panda y el tesoro o Vacaciones moviditas.

La Panda vendría a ser una versión crecida de La Alegre Pandilla, refundida, asimismo, con La Panda Pop. Los miembros de La Panda son Johnny y Poli, que recuerdan inevitablemente a Titín y Gafitas, más Antón, que es el Pepín (de hecho, en las primeras historietas todavía conserva el mismo nombre) de La Alegre Pandilla, o el Gordito de La Panda Pop peinado de un modo menos ridículo (abandonando el uso del tupé). De las dos chicas, Margaret es casi idéntica a la anterior Ofelia y se distingue de ella por su acento extranjero. Por último, el Músculos de La Panda toma el nombre, evidentemente, del gamberro con corona de la primera serie, pero su apariencia es la del Johnny de la segunda. Sólo la guapetona Lupita es una novedad total. Sea como fuere, el presunto estirón no lo pegaron los niños de La alegre pandilla de sopetón. Las primeras apariciones de los miembros de La Panda nos muestran unos muchachitos algo achaparrados, que no han alcanzado todavía la estilizada estatura que terminarán por tener.

En La Panda, tanto el personaje del protagonista masculino, como el femenino, se desdoblan en dos individuos casi iguales, con las variaciones imprescindibles para distinguirlos. Es una manera de que los pensamientos e iniciativas del protagonista (tanto el masculino, como el femenino) se desarrollen de una manera más fácil y natural ante los ojos del lector. Al desdoblarse en Poli y Johnny, la figura de El Chico Bueno puede dialogar consigo mismo. El diálogo es el vehículo ideal para desarrollar el planteamiento y la trama de la historieta. Exactamente de la misma manera, las dos caras de la protagonista femenina, Lupita y Margaret, desarrollan la acción desde el punto de vista femenino.

Los personajes fijos con rasgos más acusados: el prototípico gordito Antón y el petulante y cargante Músculos no necesitan doble, pues son personajes cuyas características esenciales y sus acciones correspondientes ya son suficientemente decisivas y definitorias por sí solas. A propósito del presuntuoso Músculos, es muy destacable su cambiante fisonomía. Segura tarda más con él que con el resto en dar con una apariencia definitiva. El color del pelo cambia y, llama la atención, especialmente, por lo atípica, la complexión física, realmente poderosa, de sus primera apariciones. Termina pareciéndose mucho más al resto del grupo, concretamente, al hermano de Johnny.

En un grupo mixto de adolescentes, la atracción física debería estar presente, pero en La Panda, esta pulsión sexual se elude cuidadosamente. Chicos y chicas se divierten juntos y se ven envueltos en arriesgadas aventuras, pero no lo complican con esfuerzos amatorios. Los chicos de la panda no se inmutan ante los encantos de sus compañeras femeninas. Y eso que, tal como las dibuja Segura son auténticas princesas, de lo más frecuentables. Las chicas, más que alterar el pulso de sus compañeros masculinos, resultan una motivo más para entablar una perpetua competición entre Músculos y los otros tres, que servirá de excusa argumental.

Alcanzado su momento de máximo esplendor, originalmente publicado en Súper-Pulgarcito, la serie de La Panda simultaneó su presencia en esta revista de periodicidad mensual incorporándose a la nómina del semanario Mortadelo con su formato original, de historietas de una sola página. Del mismo modo que Pepe Barrena, también engrosó posteriormente la nómina de Súper-Mortadelo.

2 comentarios:

bartleby dijo...

excepcional reseña

Enrique dijo...

Bravo!...me gustó epecialmente el de "La Panda" cuyos orígenes desconocía...