martes, octubre 11, 2011

40 AÑOS

Era un viernes de entretiempo. Estaba en la clase de 3º de EGB recién comenzado hacía unos días en mi Mislata natal. Eran casi las 5 de la tarde, la hora de salir. El profesor, tras mandar los deberes del fin de semana, como quien no quiere la cosa, anunció que Bru se iba del colegio porque se cambiaba de ciudad. Yo estaba más o menos en la mitad de la clase, y todos mis compañeros giraron la cabeza sorprendidos. No sabían nada. Me dio una vergüenza terrible. Era muy tímido y sólo se lo había dicho, como si fuese una cosa sin importancia, al amigo con el que tenía más contacto. Fue un impacto para toda la clase. Tanto, que ahora, muchos años después, algún amigo reencontrado me lo recuerda todavía.

Mi padre había hecho un curso en Madrid para ascender en su empresa. Lo acabó en verano. Al regresar, nos dijo que se había ganado el ascenso, y no tenía plaza en València. Le daban a elegir entre Madrid, Barcelona y País Vasco. Eligió Barcelona porque pensaba que era lo mejor para el futuro de sus hijos.

Fue un año muy intenso. Mi padre estuvo varios meses fuera de casa por el curso, lo que hacía que mi madre se multiplicase en llevar la casa con cuatro hijos y el abuelo. Hice la comunión, y mi equipo ganó una Liga histórica y le robaron una Copa indignante. Mi padrino me regaló una camiseta del València CF, con el número 8 de Forment a la espalda, y unas botas de fútbol. Yo saltaba de alegría con aquel regalo. Mi espacio vital era la calle donde vivíamos, que tenía el nombre de un general famoso de los años 30, y donde hacíamos unos partidos de fútbol memorables y unas carreras de velocidad que casi siempre ganaba gracias a una medalla de la suerte.

Mi padre se desplazó en septiembre a su nuevo destino, mientras nos miraba un piso y hacía las gestiones oportunas. Nos avisó que para el fin de semana del Pilar ya podíamos trasladarnos todos. Tras ver el último partido de mi València CF en Mestalla, que quedará imborrable en mi memoria por el extraordinario gol de Pepe Claramunt al Betis, entre mi madre y todos los hermanos empaquetamos lo esencial y nos fuimos aquel domingo 10 por la noche a la estación de tren. Fue un día muy triste. Dejaba a mis amigos y mi ciudad natal para ir hacia lo desconocido. Una ciudad muy grande, que nos ofrecería muchas oportunidades y que sería nuestra nueva casa.

Llegamos un lunes 11 por la mañana, precisamente a un lugar por el que paso ahora cada día, y nos trasladamos con taxi hasta nuestro nuevo domicilio en el barrio de La Verneda. Durante el camino el taxista nos contaba que hasta hace muy poco ese barrio eran huertas, y que el boom inmobiliario lo había inundado de pisos.

El piso estaba sin muebles, sólo unos colchones que nos dejaron. Los muebles venían en camino el día siguiente en una furgoneta. No teníamos agua, ni gas. Y en cuanto a la luz, sólo nos alumbraban unas bombillas. Fue un día tristón. No conocíamos a nadie.

El primer laborable me llevaron al nuevo colegio. Me metieron en un curso superior, porque no habían plazas en mi curso. Ese curso me sentí un poco desplazado, pero me supuso un salto cualitativo, porque al año siguiente me sirvió para ser uno de los mejores de la clase.

40 años en esta ciudad son muchos. Han dado para muchas historias. Mi infancia fue, en general, buena. Conocí muy buenos amigos, de los que me acuerdo todavía bastante. Los estudios me fueron bastante bien. Era el raro de la clase, me picaba con los del Barça por mi amor por el València CF. En aquellos tiempos había una rivalidad sana. Me sentía a gusto, Barcelona era una ciudad muy abierta y en la que encontrabas cualquier cosa que necesitaras.

A los 6 años de vivir en La Verneda nos trasladamos a L'Hospitalet de Llobregat. Allí viví mi adolescencia, en un nuevo colegio y con nuevos amigos. Una experiencia diferente. Aquí fueron muy pocos los amigos, pero muy buenos. Fueron años en los que cambié de aspecto y comencé a asumir responsabilidades y a enfrentarme cada vez menos tutelado a los retos de la vida.

Llegó el momento de escoger el camino a seguir en la vida. Decidí esperar unos años y cumplir con las obligaciones de entonces de la edad. Escogí el camino laboral que todavía sigo, y cumplí mi intención de estudiar después, compaginando trabajo y carrera. Fueron 11 años muy duros, pero acabé con dos licenciaturas en mi curriculum, gracias, sobre todo, al apoyo de mi esposa.

Conocí trabajando a la mujer con la que emprendí mi proyecto a largo plazo, y me trasladé a su ciudad de residencia, Montcada i Reixac. Desde entonces han pasado muchos años, algo así como 22, en que hemos tenido dos hijos y hemos pasado una vida bastante tranquila, pero siempre con la urbe como referencia.

Barcelona es cosmopolita, acogedora, traspúa libertad, tolerancia, se vive deprisa, no parece tan grande como parece, y tiene suficientes espacios verdes como para sentirte en plena naturaleza. En realidad, Barcelona no es sólo la ciudad en sí, sino toda su área metropolitana. La gran urbe ha absorbido las ciudades de alrededor, y es el astro rey que da calor y luz a todos sus satélites. Me siento barcelonés, no en vano son 40 años, más del 80% de mi vida, en esta ciudad. Pero nunca he perdido ni perderé mis raíces valencianas. Lo llevo en la sangre y lo llevo en mi actitud ante la vida y como punto de coordenadas respecto a mis grupos de interés.

¿Qué podría haber pasado si no hubiésemos salido de nuestra tierra? Pues eso nunca se sabe. Nuestra vida podría haber sido diametralmente distinta. Lo que sí es cierto es que no hubiésemos conocido a fondo esta gran ciudad y su especial idiosincrasia, y no hubiéramos vivido en primer plano su eclosión como ciudad de referencia mundial. La forma de pensar y el espíritu práctico y cuestionador de todo es el hecho diferencial real de Barcelona y Catalunya, y es fácil adaptarse a este modo de vida, porque siempre se intenta vivir mejor, con más comodidad y de modo más justo.

Esto es un homenaje a mi ciudad de adopción, pero también un recuerdo nostágico de la tierra donde nací y donde deseo descansar. También es otro homenaje a todas esas personas que se han cruzado en mi vida con Barcelona como referente en estos 40 años, que amenazan con ser muchos más. Para mis compañeros de aquel nocturno y largo viaje en tren y en mi vida, mis hermanos y mi madre, y, no podía faltar, para esa persona que tomó la decisión de cambiar de entorno, pensando, como ha sido siempre una máxima en su vida, más en su familia y nuestro futuro que en su interés personal, mi padre.

2 comentarios:

Xim dijo...

Muy amena lectura, supongo que los catalanes adolecen de varios tópicos, como la tacañería o el ultranacionalismo de su país, de todos modos cada provincia (no me gusta eso de comunidades autónomas) tiene sus defectos y virtudes, así que no pasa nada...

Yo nací aquí en esta isla del Mediterráneo, y sigo sintiéndome a gusto. Mi madre se fue ya este mes de abril, y mi padre se quedó abandonado, se lo merecía, me quedan mis hermanos y hermanas...

SaLu2

JL dijo...

Siento lo de tu madre, Xim. Te acompaño en el sentimiento. Son palabras que cobran su sentido real cuando has vivido algo semejante en tus propias carnes.

Lo de los tópicos es cierto, pero siempre digo que lo mejor es convivir en esa ciudad o región para entender y empaparse de su forma de ser. Se ve todo de una manera más apegada al terreno.

Salu2, Xim.