domingo, noviembre 30, 2008

PRESIONES Y RESISTENCIAS


Alguien dijo una vez que "resistir es vencer". Seguro que sería alguien que no había sufrido episodios de dolencias cardíacas. Efectivamente, en este mundo tan competitivo, cada vez más, la presión es cada vez mayor. Y resistir se hace cada vez más complicado.

Hace unos años, Alex Crivillé aparecía en un anuncio de Repsol diciendo que cuando hay presión, hay que aguantarla, y si la presión es mayor, hay que seguir aguantando. Es una máxima que me repite constantemente mi amigo Antonio P. Si hay más presión, hay que aguantar. Y tiene razón. Todo lo que se sufre aguantando, suele tener un proceso final positivo. No hay más que fijarse en cualquier evento deportivo, como un partido de fútbol o de tenis. Se pasan momentos al borde de arrojar la toalla, pero luego todo da un vuelco y las energías despilfarradas en la defensa dan sus frutos en forma de victoria.

Pero, ¿cuál es el punto de ruptura? No se puede resistir todo. Siempre existe un punto que te hace dejar de resistir. O llegas a él y claudicas, o entras en su umbral y dejas de resistir antes que ser derrotado por completo. Y también hay un punto que podríamos llamar "de alarma", en que no lanzas la toalla del todo, sino que, lejos de claudicar, decides colaborar o aceptar al acosador en espera de tiempos mejores. Esto es lo que hacemos la mayoría.

No todo el mundo tiene un punto de ruptura o de alarma similar. Unos lo tienen más alto (pueden resistir más presión) o más bajo. Depende de muchas cosas. De la cultura, de la experiencia, de los genes, de los principios y el carácter de cada uno. Son muy relativos. Si dos personas comparan una misma situación, la visión puede ser tan diferente que para uno puede ser asumible una presión que para otro es inaguantable.

También es relativa la aceptación de la presión. Hay gente que no la soporta. Otros rinden más con ella en el cogote. Nos han enseñado a vivir con presión. Pero estamos equivocados. Siempre se ha vivido con presión. Antes más que ahora. Antes la presión incidía más en la propia vida humana. Ahora lo hace sobre los medios para hacerla posible con más o menos comodidad. Hablando, claro está, de los países más desarrollados, que en el resto la situación es muy diferente.

Los efectos de la presión pueden ser la activación del individuo en orden a aumentar su rendimiento o concentración. O pueden ser también el colapso y la derrota. Y en medio tenemos el estrés, la depresión, la pérdida de perspectiva de tu mundo. Las resistencias se queman, y pueden volver a funcionar tras un período de refrigeración, pueden resultar tan tocadas que sean inoperativas en el futuro, o pueden resultar absolutamente quemadas e inservibles para su función.

Los daños pueden ser evidentes. Todo se confunde. Se pierde la catalogación correcta de la importancia de las cosas. Ves que no puedes llegar a todo y decides llegar sólo a lo que decides que es más importante o te interesa más. Pero, no sólo eso. Sino que tendemos a evitar posibles problemas, pues ya tenemos demasiados. Ello hace distanciar las relaciones sociales, por cuanto evitas ponerte ante alguien que pueda plantearte o suponerte un posible problema.

Lo que es cierto es que, se tenga más alto o más bajo, el punto de ruptura o de alarma existe. Y es tan variable como la condición humana. Los hay que reaccionan, como he apuntado antes, aceptando la situación y esperando tiempos mejores, o, simplemente resignándose a ver pasar los años esperando que tus órganos vitales te permitan vivirlos. Los hay que modifican ciertos hábitos o pautas de manera que puedan convivir con la situación que no querían. Y los hay, en definitiva, que deciden una completa catarsis para empezar, si no desde cero, desde una posición muy distante y bien diferente de la inicial. Y ya no me refiero a los que deciden retirarse por un tiempo de la circulación para ordenar sus ideas y esperar a que amaine el temporal o tomárselo de otro modo, o, peor aún, los que, desde una posición en teoría valerosa pero en realidad auténticamente cobarde, deciden abandonar por la vía más rápida la lucha.

La mayoría de la gente modifica esos hábitos, porque le da pánico mover sus columnas vitales. Prefiere dejar lo esencial como está, y retocar ciertos hábitos, de modo que pueda soportar con más firmeza la presión o esperar a que pase el temporal.

Pero la dureza y larga duración de la situación generalmente conlleva un desenfoque de la perspectiva de la realidad, que conduce a soluciones ciertamente traumáticas, desacompasadas, desequilibradas, y en muchos casos desproporcionadas y erróneas. Es como resistir la riada con asideros insuficientes. En estos casos puede ser conveniente una retirada temporal del cauce en espera de que se reduzca su fuerza, si bien ello puede provocar la pérdida de una posición preferente. Esa es la teoría, en la práctica puede suceder algo muy diferente, pues el efecto negativo de la retirada puede no tenerse en cuenta, o tener sólo efectos a corto plazo, y cambiar radicalmente la situación inmediatamente.

En cuanto a mí, ese punto de alarma, ese paso del Rubicón, lo di ya hace mucho tiempo. Fue en el verano de 2004, que soporté la mayor riada laboral de mi trayectoria, y todavía no me explico cómo pude resistir la oleada cuando, agarrado de un asidero que todavía desconozco (sería mi fuerza de voluntad, seguramente), no hacía más que ver pasar cuerpos arrastrados por la riada, que en la mayoría de casos tardaron mucho tiempo en volver a su situación de partida. Es evidente que cada vez me acerco más al punto de ruptura. Podría ser inminente, podría ser dentro de un tiempo, o podría no ser. Lo que es cierto es que, una vez alcanzado ese punto de alarma, la frustración causada por la falta absoluta de reconocimiento del esfuerzo y, en definitiva, la desmotivación, genera daños graves que el paso del tiempo no hace más que empeorar y transformar en irreversibles.

Finalmente, me quería referir a esas personas que, valientemente, deciden echar un órdago a la vida y desafiar la visión que la sociedad tiene de ellos. Esas personas que renuncian a todo lo que lo ha sustentado durante muchos años y deciden iniciar una nueva etapa, con visos de más o menos temporalidad, en otro lugar, con otro trabajo, con otra familia, o incluso sin ella, con otros grupos sociales. En definitiva, este artículo podría ser la perfecta continuación del que escribí hace dos meses, 45.

5 comentarios:

Juan Al dijo...

"resistir es vencer"... o perder el tiempo y las fuerzas...

Anónimo dijo...

Gracias, JL.
Como siempre, excelentes y acertadas a mi parecer, tus reflexiones.
Te agradezco sinceramente lo que considero una dedicatoria personal la del último párrafo.
Me dan miedo estos coletazos que sueltas a veces; miedo porque de verdad te deseo lo mejor para tí y tu familia y no me gusta que sufras ese malestar que reflejan tus escritos.

Saludos y mucho ánimo.

Paco M.B.

JL dijo...

@ Paco: has sabido entender muy bien lo que hay detrás de mis palabras, y las omisiones no gratuitas que hago en mi escrito. Sin embargo, tranquilo, no estoy pensando nada traumático ni nada negativo. Ya sabes que a la hora de tomar una decisión soy muy poco valenciano (pensat i fet). Y que dudo que tome una decisión sin tener algo a qué agarrarme, aunque la decisión no sea la mejor que podría tomar en circunstancias normales. Con este escrito sólo he intentado drenar mis angustias y sinsabores, pero hay mucho de bueno en mi vida, aunque no lo exprese y muchas veces me cueste valorarlo, pero lo hay.

Muchas gracias por tus palabras. Y, sí, el último párrafo tenía mucho de ti, por supuesto. Un abrazo, Paco.

Anónimo dijo...

Bueno, la resistencia tiene un tope, pero no por ello se tiene que pensar que ese tope ha llegado ya.

Animo. Hay mucho que vale la pena, y seguro, como apuntas, que en la tuya lo hay.

Anónimo dijo...

Amigo JL:

Para conseguir que reconozcan tu esfuerzo y dedicación no basta que te desvivas haciendo bien tu trabajo, y que te multipliques por cuatro para tenerlo todo a punto a la voz de ¡ya!. Lo que así consigues no es reconocimiento, sino exigencias crecientes por parte de unos personajes profundamente miopes.

Para conseguir que reconozcan tu esfuerzo y tu dedicación tienes que conducirte de una manera muy concreta. Ya sabes cuál. Mira a tu alrededor y comprueba tú mismo quiénes medran, cómo son, a quién se arriman y qué es lo que les importa. Si tu estómago o tu conciencia te impiden actuar como ellos, no puedes esperar que te señale el dedo de Dios. Olvidar esto equivale a tragarse el cuento infantil de que el mayor capital de la Empresa es su capital humano y bla, bla, bla.

No sé cómo será en otros lugares, pero es evidente que en ese centro penitenciario que tú y yo conocemos, las condiciones en las que trabaja el personal, su motivación y sus problemas son cosas que al capataz de la finca se la soplan totalmente. Allí, ni la mejor de las planificaciones conseguiría que las cosas funcionaran de una manera razonable; al menos mientras los encargados de llevarla a la práctica siguieran perteneciendo a la especie cuyo lema favorito es "porque yo lo valgo".

Ante semejante panorama, la mejor solución es pedir la cuenta. Borrón y cuenta nueva, como hizo el amigo Paco. Y si eso no es posible, levantar el pie del acelerador y recordar que hay vida después del trabajo. El reconocimiento de según quiénes debería importarnos tanto como nosotros les importamos a ellos: cero pelotero.

Ya sabes que yo también pertenezco al club de los que te dicen que resistir es vencer, y te desean ánimo y fuerzas para seguir adelante, pero esta vez no he querido quedarme ahí. Porque, en el fondo, lo mejor que harán por tí los que te exprimen como a un limón es precisamente eso: darte unas palmaditas en la espalda, decirte que te comprenden perfectamente, que ellos están sometidos a la misma presión que tú... y a renglón seguido, dejar sobre tu mesa un informe de cuatrocientas páginas que tiene que estar corregido mañana mismo. ¿Son esos los ánimos que tú necesitas?