42ª PROMOCIÓN
Hace 25 años por estas fechas, a un grupo de jóvenes de similar edad les fue entregado un petate en el cuartel de Fuencarral, en Madrid, y fueron dirigidos con trenes auschwitzerianos (de esos que pegaban frenazos cuando estabas mingitando, y tenías que hacer reales esfuerzos para no colarte por el agujero del WC) con destino a Cáceres, donde pasaron un plácido y tórrido verano. Total, el que más o el que menos, hizo un régimen severo y obligado por las circunstancias (circunstancias = galones y estrellas), que a la vuelta a los hogares asustó a más de un progenitor. Con 70 kilos volví yo, y nunca más volví a esas cifras.
En Cáceres aprendimos a sufrir, pero fue un sufrimiento vano y derrochador en lucro cesante de una joven generación. En los estertores del servicio militar, nosotros íbamos por otro camino, el que acababa tres años después en una gran empresa pública. Pero aprendimos a compartir las penas y alegrías (que también hubieron, aunque casi siempre a costa de otros) con gente a la que no conocíamos de nada, y que algunos de ellos son ahora amigos íntimos.
Volvimos cada uno a un cuartel por toda la geografía española, intentando que quedase lo más cerca de casa posible, lo que en muchos casos no fue posible. Yo tuve la suerte de quedarme en Barcelona, aunque los primeros seis meses sólo fui a casa los fines de semana. En este período de aprendizaje, coincidimos con compañeros de Cáceres, y con otros que entraron por vía militar.
Terminado este período, empezamos un período de prácticas, en que tomamos contacto por primera vez con el mundo laboral, y cobramos los primeros sueldos, bastante reducidos, por la detracción de gran parte a una masita que nos acumularon durante los tres años de militar, y que se reducía por cargos a gastos varios, gastos generales (decíamos nosotros, “para generales”), otros gastos, gastos sin asignar, etc.
Después volvieron a mezclarnos. A nosotros nos mandaron a Mañilandia (Sirigosa, según Johan Cruyff). Lo pasamos muy bien. Los mañicos son gente muy sana y muy divertida, y supimos sacarle jugo a los cinco meses que estuvimos al pairo del Moncayo y del asfixiante calor veraniego. Es un período que solemos recordar con alegría, aunque tuvo sus momentos duros.
Yo terminé el último año en Barcelona, y acabado este período, nos dejaron volar al mundo laboral. El que tuvo suerte y quedó cerca de casa, eso que ganó, pero hubo gente que tuvo que empezar su vida muy lejos de su hogar paterno. Y la gran mayoría de ellos nunca más volvieron a su tierra.
Aunque cada uno tenía una experiencia distinta en su puesto laboral, hicimos por vernos los más cercanos, y alguna vez en cenas de promoción.
En el caso de Barcelona, muchos de nosotros nos hemos reunido de nuevo en un mismo centro de trabajo, por lo que hemos mantenido muy viva la relación. Sin embargo, ha pasado mucho tiempo, mucha distancia, muchas situaciones laborales y personales, muchos ya ni trabajan en la empresa, otros no han podido llegar, que han hecho complicado reunir a los sufridos componentes de la promoción. Y la comunicación entre nosotros se ha ido reduciendo paulatinamente a casos muy concretos.
A pesar de todo ello, un intrépido amigo, Diego Caparrós, se lió la manta a la cabeza, y se movió para convocar en un punto al mayor número posible de compañeros en un fin de semana este año que hacíamos las Bodas de Plata. Fue todo un éxito. Nos juntamos unas 110 personas, muchos de ellos con familias enteras, y viniendo desde muy lejos, en un hotel de Salou el mes de abril pasado. Hubo gente que no nos veíamos desde los días de Cáceres, y la alegría que se reflejaba en nuestras caras por estos encuentros fue indescriptible. Diego consiguió mucho más de lo que se proponía.
Sabemos que en otros sitios de España se han reunido más componentes de la Promoción, y ojalá que en próximos años surja otro organizador con bemoles y gestione una nueva reunión.
Hace 25 años por estas fechas, a un grupo de jóvenes de similar edad les fue entregado un petate en el cuartel de Fuencarral, en Madrid, y fueron dirigidos con trenes auschwitzerianos (de esos que pegaban frenazos cuando estabas mingitando, y tenías que hacer reales esfuerzos para no colarte por el agujero del WC) con destino a Cáceres, donde pasaron un plácido y tórrido verano. Total, el que más o el que menos, hizo un régimen severo y obligado por las circunstancias (circunstancias = galones y estrellas), que a la vuelta a los hogares asustó a más de un progenitor. Con 70 kilos volví yo, y nunca más volví a esas cifras.
En Cáceres aprendimos a sufrir, pero fue un sufrimiento vano y derrochador en lucro cesante de una joven generación. En los estertores del servicio militar, nosotros íbamos por otro camino, el que acababa tres años después en una gran empresa pública. Pero aprendimos a compartir las penas y alegrías (que también hubieron, aunque casi siempre a costa de otros) con gente a la que no conocíamos de nada, y que algunos de ellos son ahora amigos íntimos.
Volvimos cada uno a un cuartel por toda la geografía española, intentando que quedase lo más cerca de casa posible, lo que en muchos casos no fue posible. Yo tuve la suerte de quedarme en Barcelona, aunque los primeros seis meses sólo fui a casa los fines de semana. En este período de aprendizaje, coincidimos con compañeros de Cáceres, y con otros que entraron por vía militar.
Terminado este período, empezamos un período de prácticas, en que tomamos contacto por primera vez con el mundo laboral, y cobramos los primeros sueldos, bastante reducidos, por la detracción de gran parte a una masita que nos acumularon durante los tres años de militar, y que se reducía por cargos a gastos varios, gastos generales (decíamos nosotros, “para generales”), otros gastos, gastos sin asignar, etc.
Después volvieron a mezclarnos. A nosotros nos mandaron a Mañilandia (Sirigosa, según Johan Cruyff). Lo pasamos muy bien. Los mañicos son gente muy sana y muy divertida, y supimos sacarle jugo a los cinco meses que estuvimos al pairo del Moncayo y del asfixiante calor veraniego. Es un período que solemos recordar con alegría, aunque tuvo sus momentos duros.
Yo terminé el último año en Barcelona, y acabado este período, nos dejaron volar al mundo laboral. El que tuvo suerte y quedó cerca de casa, eso que ganó, pero hubo gente que tuvo que empezar su vida muy lejos de su hogar paterno. Y la gran mayoría de ellos nunca más volvieron a su tierra.
Aunque cada uno tenía una experiencia distinta en su puesto laboral, hicimos por vernos los más cercanos, y alguna vez en cenas de promoción.
En el caso de Barcelona, muchos de nosotros nos hemos reunido de nuevo en un mismo centro de trabajo, por lo que hemos mantenido muy viva la relación. Sin embargo, ha pasado mucho tiempo, mucha distancia, muchas situaciones laborales y personales, muchos ya ni trabajan en la empresa, otros no han podido llegar, que han hecho complicado reunir a los sufridos componentes de la promoción. Y la comunicación entre nosotros se ha ido reduciendo paulatinamente a casos muy concretos.
A pesar de todo ello, un intrépido amigo, Diego Caparrós, se lió la manta a la cabeza, y se movió para convocar en un punto al mayor número posible de compañeros en un fin de semana este año que hacíamos las Bodas de Plata. Fue todo un éxito. Nos juntamos unas 110 personas, muchos de ellos con familias enteras, y viniendo desde muy lejos, en un hotel de Salou el mes de abril pasado. Hubo gente que no nos veíamos desde los días de Cáceres, y la alegría que se reflejaba en nuestras caras por estos encuentros fue indescriptible. Diego consiguió mucho más de lo que se proponía.
Sabemos que en otros sitios de España se han reunido más componentes de la Promoción, y ojalá que en próximos años surja otro organizador con bemoles y gestione una nueva reunión.
Este post es un homenaje a todos los componentes de la 42ª Promoción. En especial, a los compañeros con los que me he encontrado desde aquel 12 de julio de 1982. Un fuerte abrazo a todos.
2 comentarios:
checheche.... y uno con la de cosas legales que tuvo que hacer para lograr escaparme de la mili y la prestación sustitutoria :P:P:P:P:P:P
Little
Pues ríase usted de los trucos legales, que nosotros los hubiésemos empleado sin duda, de no tener al final de los "milipico" (como nos llamaban los de quintas al principio) días que hicimos la salida laboral.
Con lo que se perdió usted en hacerse un hombre de bien y saber valorar las cosas...(eso decían antes para convencer a un joven de que era bueno hacer la mili).
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