Una de las aficiones “normales” del salvaje de mi hijo pequeño es cuidar una pequeña pecera que le trajeron los últimos Reyes. La tenemos colocada enfrente del sofá del comedor, por lo que en los ratos de descanso de la dura rutina diaria, la mente se intenta evadir con la mirada fija en la pecera, y lo cierto es que te metes tanto en la pecera, que la ves como un reflejo de lo que nos pasa cada día.
Nuestra vida consiste en pasar constantemente de una pecera a otra. Siempre hay alguien que se encarga en cada una de que los peces se alimenten y se les mantenga. Los pasos de una a otra pecera deben ser fáciles, o forzados, si nos obligan a pasar de una a otra.
Nuestra vida consiste en pasar constantemente de una pecera a otra. Siempre hay alguien que se encarga en cada una de que los peces se alimenten y se les mantenga. Los pasos de una a otra pecera deben ser fáciles, o forzados, si nos obligan a pasar de una a otra.
Las peceras son de diferentes tipos: las que tienen pocos peces y en la que se suele pasar el mayor momento del día. Los peces grandes cuidan de los pequeños, y es importante que haya una buena coordinación para que la pecera se mantenga adecuadamente. Los pezqueñines pueden ser muy movidos, o muy tranquilos. Los hay que no te dejan en paz en todo el día, y que requieren atención constante. Y los hay que duermen poco, y no dejan descansar a los demás. La razón de ser de la pecera es la buena convivencia y el clima propenso para un desarrollo armónico de los peces pequeños, para que, en su momento, puedan crear y mantener su propia pecera.
A su vez, todos hemos sido pezqueñines, y en la actualidad puede seguir existiendo la pecera donde nos desarrollamos. En este caso, los peces se han hecho muy mayores, tienen movimientos lentos y cada vez más torpes, y hay que ir de vez en cuando a cuidarla y mantenerla. A cambiar el agua y ayudar a que se muevan, porque hay que procurar que no se queden estáticos.
El alimento nos viene de otra pecera en la que pasamos un tiempo pactado. Esta pecera está compuesta de muchos peces. De todo tipo. Puede pasar, como en la mía, que sea difícil organizar el movimiento y la contribución de cada pez, porque los mantenedores sólo se han preocupado de meter los peces justos para desarrollar el mantenimiento normal (con criterios de pretendida eficiencia), pero mezcla peces de agua fría con peces de agua caliente, sin tomar la temperatura (lo que provoca inadaptaciones), el alimento que proporciona es prácticamente el mismo desde hace mucho tiempo, la pecera cada vez se limpia menos, por lo que el hábitat llega a ser insostenible, y ello hace que los peces se encuentren faltos de aire y frescura, y alguno de ellos deba descansar en otra pecera un tiempo prolongado para recuperarse.
El mareo diario en esa pecera puede ser tal, que hace falta coger aire en otra donde se desarrollen las habilidades de cada pez, o simplemente, una pecera tranquila, y si puede ser en solitario, mejor. La pecera principal a veces ayuda, pero otras, no, con lo que esta pecera de “desintoxicación” se puede hacer absolutamente necesaria.
En cuanto al tipo de animales que se pueden encontrar en la pecera, hay de todo:
Desde peces vistosos, que se mueven con contoneos, a peces sobrios que hacen los movimientos justos y calculados, a peces agresivos que sólo buscan conflictos, a peces grandotes que marcan su territorio intentando minimizar el de los demás, hasta estrellas de mar que sólo se mueven al son de las corrientes de la pecera, tortugas que se esconden en su caparazón, abrumadas por el peso que soportan, que no quieren ver más allá de su entorno, y que sólo necesitan creer en sus posibilidades para alegrar su vida, hasta caracolas que sólo hacen que subir arriesgadamente por la pecera y dejarse caer.
Y como creo que ya me he enrollado demasiado, y antes de dar un sonoro “planctón”, la moraleja es que en la pecera viciada me siento pez de agua fría en pecera de agua caliente, y me está provocando tantos daños, que empiezo a pensar que algunos de ellos son irreversibles, y que la pecera donde mejor me lo he pasado los últimos años la visito cada vez menos, y desearía hacerlo más, pues desarrolla mis mejores cualidades como pez, y me convierte en adaptable a cualquier temperatura.
A su vez, todos hemos sido pezqueñines, y en la actualidad puede seguir existiendo la pecera donde nos desarrollamos. En este caso, los peces se han hecho muy mayores, tienen movimientos lentos y cada vez más torpes, y hay que ir de vez en cuando a cuidarla y mantenerla. A cambiar el agua y ayudar a que se muevan, porque hay que procurar que no se queden estáticos.
El alimento nos viene de otra pecera en la que pasamos un tiempo pactado. Esta pecera está compuesta de muchos peces. De todo tipo. Puede pasar, como en la mía, que sea difícil organizar el movimiento y la contribución de cada pez, porque los mantenedores sólo se han preocupado de meter los peces justos para desarrollar el mantenimiento normal (con criterios de pretendida eficiencia), pero mezcla peces de agua fría con peces de agua caliente, sin tomar la temperatura (lo que provoca inadaptaciones), el alimento que proporciona es prácticamente el mismo desde hace mucho tiempo, la pecera cada vez se limpia menos, por lo que el hábitat llega a ser insostenible, y ello hace que los peces se encuentren faltos de aire y frescura, y alguno de ellos deba descansar en otra pecera un tiempo prolongado para recuperarse.
El mareo diario en esa pecera puede ser tal, que hace falta coger aire en otra donde se desarrollen las habilidades de cada pez, o simplemente, una pecera tranquila, y si puede ser en solitario, mejor. La pecera principal a veces ayuda, pero otras, no, con lo que esta pecera de “desintoxicación” se puede hacer absolutamente necesaria.
En cuanto al tipo de animales que se pueden encontrar en la pecera, hay de todo:
Desde peces vistosos, que se mueven con contoneos, a peces sobrios que hacen los movimientos justos y calculados, a peces agresivos que sólo buscan conflictos, a peces grandotes que marcan su territorio intentando minimizar el de los demás, hasta estrellas de mar que sólo se mueven al son de las corrientes de la pecera, tortugas que se esconden en su caparazón, abrumadas por el peso que soportan, que no quieren ver más allá de su entorno, y que sólo necesitan creer en sus posibilidades para alegrar su vida, hasta caracolas que sólo hacen que subir arriesgadamente por la pecera y dejarse caer.
Y como creo que ya me he enrollado demasiado, y antes de dar un sonoro “planctón”, la moraleja es que en la pecera viciada me siento pez de agua fría en pecera de agua caliente, y me está provocando tantos daños, que empiezo a pensar que algunos de ellos son irreversibles, y que la pecera donde mejor me lo he pasado los últimos años la visito cada vez menos, y desearía hacerlo más, pues desarrolla mis mejores cualidades como pez, y me convierte en adaptable a cualquier temperatura.