Dream river es el cuarto álbum de la carrera en solitario de Bill Callahan, lanzado en septiembre de 2013 en Drag City. Grabado por Erik Wofford, y recibiendo grandes elogios de la crítica, el álbum alcanzó el número 44 en la lista de álbumes británica, formando parte de muchas de las listas de mejores álbumes del año..
Bill Callahan comenzó a escribir canciones para Dream river en agosto de 2012, con la idea de que se conviertiese en un álbum para escuchar por la noche. Callahan señaló, "Dream river es el último disco que puedes escuchar al final del día, antes de ir a la cama, cerca de la medianoche. Quería que fuese suave y relajante, el final perfecto para el día de una persona".
Describiendo su método de grabación habitual como una experiencia que todo lo abarca, Callahan advirtió que el proceso fue diferente en Dream river: "es terrorífico grabar un disco, sabiendo que debes llegar al borde del abismo, porque se convierte cada vez en más intenso, y sientes cómo la roca se hace más y más grande, y más y más pesada, de manera que lo más duro es dejarlo sin acabar del todo. Quería ver si podría tener más de una vida, para hacer otras cosas mientras estás grabando un disco. Al final lo conseguí".
En relación con el contenido lírico del álbum y la naturaleza personal de las canciones de Dream river, Callahan señaló, "me siento como si hubiese un relato escrito continuado, con las palabras flotando sobre todas las diferentes situaciones y realidades en las que estás. Es algo en lo que no empecé a pensar hasta hace poco, pero puedes acercarte a ese relato que ya se ha creado. Sólo tienes que leerlo y escribirlo".
Bill Callahan, conocido por el seudónimo artístico de Smog, es un músico de Maryland (Estados Unidos) que se caracteriza por una búsqueda lo-fi de géneros folk-pop que coquetean con el campo crooner y las texturas acústicas y melancólicas.
Bill Callahan es uno de los grandes trovadores contemporáneos. Su talento supera a la tolerancia a su actitud ácrata, a su pose huraña y a su negativa a que nadie pueda inmiscuirse en su introversión más allá de lo que permiten sus canciones. Ha sabido sonorizar la América profunda, la de los parajes naturales que describen las portadas de sus discos desde que decidió quitarse la máscara de Smog.
De aquella decisión salieron muchos trabajos memorables como Julius Caesar o Red Apple Falls. De la experimentación sonora del primero y sus rudimentarias repeticiones a la plenitud del segundo con la peculiar sorna de canciones como Morning paper o I was a stranger. Un recorrido para modelar su barítono y eliminar los aliis hasta darle un nombre propio al prodigioso narrador. El camino inverso al que trazó Tom Waits desde Closing time hasta Swordfishtrombones. Y después llegó el momento de la madurez.
Su anterior disco, Apocalypse, podría haber supuesto un punto de inflexión para Callahan. En Apocalypse, el estadounidense ofrecía unas composiciones con una instrumentación en algunos momentos más desnuda pero también más arriesgada que en ocasiones anteriores. Por una vez dejó de ser el tipo impasible, para que su reconocible ironía fuera mucho más afilada en canciones como America, o expirara una sinceridad excesiva en Riding for the feeling.
Tras la fina aspereza de Apocalypse, Callahan vuelve a ser el hombre tranquilo, el receptor de almas errantes, quizá la de aquellos que le escuchan. Así lo canta en The sing, la balada que abre Dream river, el título premonitorio de un disco que mantiene el buen nivel de su predecesor. Apatía, el paso del tiempo en un decrépito tugurio, cerveza y violines y acordeones que vuelven a edulcorar su música arraigándola al suelo americano. Un lugar cualquiera del estado de Texas, el mismo desde el que Bill Callahan producía su álbum.
Un disco que tiene mucho que ver con el enorme Sometimes I wish I were an eagle, repleto de espacios abiertos, con los miedos del autor todavía presentes. Al igual que su aventura en la literatura con sus Cartas a Emma Bowlcut, Callahan vuelve a retratar su fobia a la soledad en Javelin unlanding con repeticiones instrumentales que desembocan en el estribillo, al igual que ya lo hizo en Eid me clack saw o America.
Además del éxito obtenido con Apocalypse, el disco sirvió también para rodar un documental en el que el autor y la directora, Hanly Banks, iniciaron un romance que se extendió a muchas de sus últimas canciones, que se vislumbra en la suavidad de Small plane o en una Spring en la que tras declarar “All I want is make love, to you” se esconden rápidamente las humanas intenciones en un soplo instrumental.
Cada álbum desde el establecimiento de Smog ha incluido un puñado de canciones donde el drama incalculable de acontecimientos que tenían lugar fuera del escenario a menudo tenían el poder de tirar de la alfombra que hay debajo del oyente. Pero ahora aparecía una versión de Callahan mejorada: su voz profunda, su mano bien diestra tras años de funcionamiento, y sus palabras ahora funcionando como un engranaje sincronizado con la música. Los arreglos en Dream river son casi tan elocuentes como sus letras. Las canciones muestran un montón de flautas y bongos; el sinuoso ovillo de canciones como Javelin unlanding y Ride my arrow, con cadencias africanas, cartografía de manera vistosa los vuelos de los objetos titulares y proporciona un contrapunto exótico a los temas en los que Callahan trata materias exclusivamente americanas.
Con una banda con sonido unificado, y permitiendo a sus colaboradores instrumentales jugar papeles más importantes: la flauta de Beth Galiger proporciona un sonido esperanzador para una escena abatida, y Matt Kinsey, en guitarra eléctrica, es un milagro. Usando de pedales de eco y retardo y una barra de trémolo, Kinsey se mantiene moviéndose con lentitud, y estallando como un cielo rosado y escapando. Instrumentalmente cae en algún lugar entre la rica expansividad de Sometimes I wish we were an eagle y la simplicidad austera de Apocalypse. Una flauta y un violín equipan muchas canciones, que son dirigidas por los limpios tonos de guitarra eléctrica y la inventiva y agradable percusión de Thor Harris.
Siempre hay una fuerza que amenaza con arrastrar al narrador bajo en estas canciones: una carretera helada, el sueño profundo de un compañero, una tormenta o la gravedad. Sus personajes se confunden sin admitirlo, y son infantiles en el trato con el amor, abyectamente agradecidos por su poder, buscándolo u ofreciéndolo impulsivamente.
Callahan dibuja sus sueños a través de la obra de un pintor, de su voz, tan resplandeciente cuando suena casi desnuda al comienzo de Ride my arrow, como en los cambios tonales de la cantina que vuelve a aparecer en Seagull. La delicadeza con la que diseña cada una de sus canciones, la misma con la que se dejan entrever flautas traveseras, se distorsionan guitarras, o se incorporan suaves percusiones puede hacer pensar que River dream pueda pecar de monotonía. Pero al sumergirse con detenimiento se observa el cuidado en cada una de las melodías y ornamentaciones sonoras. Un trabajo sin ejercicios de paroxismo sentimental más allá de lo que puedan expresar las letras, pero con la precisión del narrador de historias que ya ha dejado un largo camino atrás. No hay rastro de dub en el álbum, aunque sí algunos instrumentos y recursos que sorprenden por inusuales, como flautas dulces y percusiones tribales, tocadas a mano (preciosas en Summer painter) que le dan a este Dream river un ligero toque africano y un aire decididamente sensual.
Con su tono suavemente luminoso y arreglos que evocan los 70, una engañosa ligereza viste las composiciones (por ejemplo, la preciosa balada Small plane), cuya instrumentación es más exuberante. Flautas, congas, pianos eléctricos, claves y violines, que, sin oponerse a la sobriedad habitual de Callahan, confieren al álbum una rara atmósfera onírica, con intervenciones que siempre dan la sensación de crear un gran espacio con la mayor sencillez. No hay batería, solo percusión. Y luego, esa voz profunda y cálida que declama verdades eternas de forma críptica. Callahan aprendió a utilizar el espacio negativo tan bien que hay incluso poesía en las pausas, y a usar su voz como una cámara. Todo muy limpio y cálido. Lo mismo de siempre, quizás, pero es que Callahan es como esos artistas que poco a poco van depurando su obra siempre en una misma dirección, con una constancia y seguridad admirables, y siempre parecen dar en la diana, y abrir nuevas puertas.
Las canciones discurren suaves, conectando con las de Sometimes I wish…, tan naturales que es difícil imaginar que puedan avanzar de otra forma distinta a la que lo hacen. Por un momento, Dream river recuerda al primer disco de Lambchop, incluso también en las letras, con una curiosa referencia a la cerveza en The sing, en la que repite a modo de mantra las palabras “beer/thank you”. Éste es un poco el tono: despreocupado, aparentemente ligero, placentero y cautivador. A todo ello también contribuyen frases como “All I want to do is make love to you / with a careless mind” (en Spring, canción sublime), “I really am a lucky man / flying this small plane” o “I like it when I take the controls of you / and you take the controls of me” (ambas en Small plane).
Se mantienen las referencias constantes a la naturaleza, con una especial fijación en este caso por el agua: ríos (segunda vez que es protagonista en el título, tras A river ain't too much to love, el disco de Smog de 2005), lluvias, lagos, barcos y hasta gaviotas. También se habla de la tierra, el aire, el cielo, las nubes y las montañas, a las que dedica una de las frases más bonitas del disco: “The mountains don't need my accolades” (las montañas no necesitan mis elogios). Todo ello cantado mejor que nunca por un Callahan que parece sentirse comodísimo en su piel, instalado desde hace ya varios años en un estado de gracia permanente. Desde sus primeros días como Smog, Callahan siempre ha sido consumido por el mundo natural. Para él, la naturaleza es a menudo una burla, una provocación, un recordatorio de la pequeñez de la vida humana. Aunque está entre los más astutos observadores musicales de la verdad humana y el absurdo, en una canción de Bill Callahan, ser una persona es a menudo una irónica broma cósmica.
Los álbumes de Callahan acostumbran a ser difíciles, alejados de lo obvio, expresiones de una fortísima personalidad artística que raramente se muestra en forma de canciones bonitas y pegadizas, al menos no en una forma convencional, y que suelen precisar cierto reposo para hacerse querer. Pero siempre, indefectiblemente, contienen (no siempre en la misma medida) rasgos de su genialidad en una música que se devanea entre lo precioso y lo desafiante, y en líneas que, camufladas en situaciones aparentemente anodinas, nos revelan secretos oscuros, reflexiones que descubren ángulos inéditos del hombre, capaces de transformar el estado de ánimo del oyente instantáneamente. Aunque Dream river deja con la sensación de precisar repetidas escuchas para ser asimilado, se pueden ver los mismos patrones de otras de sus grandes obras, cuyo peso sólo emerge con el poso que ofrece el transcurso del tiempo, posiblemente tras ver la correspondiente presentación de estas canciones en directo, como ha ocurrido en muchas otras ocasiones.
Su estado de ensimismamiento físico y espiritual que proporciona el enamoramiento no sólo está reflejado en las canciones del álbum, sino que parecen el motor de todo el disco. El otrora mordaz, desafecto y gélido narrador, siempre a su inigualable manera, no teme esta vez mostrar ese dulce atolondramiento, expresado con nitidez y sin sonrojo en letras preciosas como la de The sing (aunque, una vez más, nos presenta al músico bebiendo solo en una barra, es palpable su trasfondo positivo), Small plane, Spring o Javelin unlanding, incluyendo, en las dos últimas, preciosas líneas con unas nada veladas referencias sexuales. Pero ese estado de felicidad, sin embargo, no ha cambiado tanto a Bill como pueda parecer. De nuevo se le puede encontrar ofreciéndonos miradas a la condición humana, al ansia por liberarse del peso de la cotidianidad expresada en su recurrente fascinación por volar (personificándose en águilas, gaviotas, aviones, flechas o javalinas), su fijación por el mar y los accidentes meteorológicos (en Summer painter es la propia música la que dibuja la gestación de una tormenta).
Musicalmente, Callahan recurre a gran parte de sus colaboradores habituales, como Brian Beattie o el fantástico guitarrista Matt Kinsey, y sustituye las percusiones del genial Neal Morgan por el no menos reputado Thor Harris (Swans, Shearwater). Como en Apocalypse, Bill Callahan no abandona el marco de la tradición musical norteamericana (Winter road es la muestra más obvia), si bien juguetea con estilos como el jazz (Spring, Ride my arrow), el soul (Seagull) o el mariachi (The sing), que van y vienen de estas canciones con soltura, en una línea que recuerda levemente al desaparecido Terry Callier. En todo Dream river subyace una calma pocas veces rota, conducida por precisos (también preciosos) pero discretos arreglos de teclados, flauta, fiddle o guitarra, delicados como nunca, contagiados por esa ternura que el autor no duda en mostrar.
El de Maryland comparte con Kurt Wagner esa fuerza para conectar con la voz de templo a la que también responden Leonard Cohen o Nick Cave. Son las raíces, la idea de adaptar el americanismo, los paisajes sonoros y el rechazo a las modas sonoras lo que les engancha como dos proyectos que nunca deberían apagarse. En este quinto álbum todo sigue igual para seguir bien, con una inmovilidad para alabar porque tiene cientos de recursos para continuar sonando distinta.
Todo comienza con The sing, con la voz del ex-Smog más calmada que nunca bajo un violín mientras bebe en el bar de un hotel que le acaba recordando a Marvin Gaye. La capacidad para hacer todo especial sigue intacta. En Javelin unlanding es una flauta la que le acompaña tras las pistas de una cabalgada musical con el sello Callahan, que estará presente en parte del repertorio del álbum. La musicalidad que desprende Dream river es absoluta y este segundo corte es posiblemente el que mejor lo demuestra.
Small plane aparece como la más clásica de los ocho canciones, una suave balada en la que se luce su aterciopelada y grave voz y una melodía pacífica instrumentada por sutiles guitarras. Spring, explícita y sensual, pone la primera parte del trabajo con sonidos más próximos a un rock medido por la obsesión por evitar el exceso. La percusión y fraseos con su deje soul muy sutil de Ride my arrow, la experimentación de Seagull, en la que hila algo más parecido a una historia (“Me gusta cuando tomo los controles tuyos / y tú cuando tú tomas mis controles / Realmente soy un hombre afortunado / Pilotando este pequeño avión”), o el ritmo sureño de Whiter road, hacen que el flujo del álbum no decrezca.
Un óleo como portada, al igual que en el álbum anterior, indica que poco de ruptura con su sonido podría encontrase dentro del disco. El cambio más perceptible puede venir acompañado por las letras, en esta ocasión bastante positivas y acordes con el estado de ánimo que el artista vive desde que está enamorado. Con la oscuridad un poco más alejada, la voz a lo Nick Drake en Place to be personalísima que tiene Callahan vuelve a cargarse de matices, silencios y respiraciones sugerentes, con muchas menos concesiones instrumentales, básicamente guitarras arañando un poco para crear tensión, y un poco de cuerda cuando la situación lo pide. Una de los mayores habilidades a la hora de introducir arreglos es conseguir que aporten algo más allá de la belleza, que realmente formen parte de la canción y no solo de la producción. Aquí se consigue en todas y cada una de las canciones.
Gracias a ello, el apartado lírico del disco tiene una buena red donde caer. Aunque Callahan tampoco ha arriesgado demasiado (parecen bastante claros sus lugares comunes, y su propia mitología resulta una inagotable fuente de ideas), sí que es verdad que vuelve a conseguir aunar tanto las letras como la instrumentación.
Esto se puede ver en detalles como que The sing hace unos años habría sido una drinking song a lo Tom Waits y ahora cierra con un "We’re all looking for a body / Or a means to make one sing". Si las canciones de taberna ya no se basan en llorar lo perdido, si no en anhelar lo todavía no encontrado, la cosa cambia mucho. Todas estas ideas, cimentadas en grandes melodías, han dotado a este disco de su propia personalidad, complicado logro con todo el boom de americana actual. Por el camino se han perdido unas pequeñas señas de identidad, como pueden ser la duración de las canciones o los cambios casi progresivos de antaño. El único sello que es relevante en Dream river es el sello del propio Callahan, que ya ha conseguido montar su sonido de manera que solo suena a él.
Juegos vocales como los de Spring le acercan bastante a su lado más folk, pero no dejan de ser una revisión de la elegancia de John Martyn en Solid air (Island, 1970), mientras en otras ocasiones. como por ejemplo Small plane, prácticamente nos encontramos el formato de banda alternativa detrás de él, ya que no cuesta mucho abstraerse lo suficiente para escuchar la voz de Paul Banks en el debut de Interpol. El lenguaje de Bill Callahan se va haciendo cada vez más asombrosamente sintético y esencial: las palabras justas, la instrumentación más austera y necesaria, las melodías construidas con los mínimos elementos, con una voz grave que en un par de sílabas deja al oyente emocionalmente impresionadoo.
Con Dream river, el bardo elegante y grave que con su traje y su guitarra sobrevuela la América de los lugares perdidos, los grandes paisajes y los sentimientos íntimos entrega sólo ocho canciones, pero más que suficientes para completar otro disco importante, que cala hondo instantáneamente, pero tiene mucho recorrido en la belleza austera de cada uno de sus recovecos. Como sus anteriores discos en solitario, Dream river condensa todo lo que fue probando y logrando con el sobrenombre de Smog.
Dream river recibió elogios de la crítica generalizada sobre su lanzamiento. En Metacritic, que asigna una clasificación normalizada sobre 100 a las opiniones de los críticos, el álbum recibió una calificación promedio de 84, basada en 33 comentarios, indicando "aclamación universal". Lindsay Zoladz de Pitchfork Media dio al álbum una catalogación de "best new music", escribiendo: "en esencia, se trata de un disco sobre aceptar e incluso abrazar la pequeñez de la vida humana, y lo difícil que puede ser, dado nuestra endemoniadamente innato sentido de aventura, ambición e inquietud... Es sólo Bill Callahan, volando con su pequeño avión con un copiloto a su lado, y por el momento al menos, eso es suficiente". En una revisión bastante positiva, Thom Jurek de Allmusic escribía: "con Dream river, los fans ya saben qué esperar líricamente de Callahan, y no se puede argumentar cualitativamente. Cuando pones las letras en el contexto de algo tan sutilmente aventurero musicalmente, el resultado es involucrador y seductor". La revista Mojo premió al álbum con cinco estrellas sobre cinco, afirmando: "Dream river puede ser el álbum más seductor de Callahan hasta ahora". En otra revisión positiva, Jason Heller de The A.V. Club comentaba: "como un retrato de Bill Callahan hecho por Bill Callahan, Dream river no trata ni un ápice del paisaje; en su lugar se obsesiona en reconocer miradas y susurros embrujados". La revista Mojo lo calificó como el mejor álbum del año 2013.
Fuentes: http://indiespot.es, http://www.mondosonoro.com, http://numerocero.es, http://jenesaispop.com, http://hablatumusica.com, http://vanishingpoint.es, http://www.vomb.com.ar, http://blogs.diariovasco.com, http://pitchfork.com, http://www.theguardian.com, http://www.nytimes.com, http://www.allmusic.com, http://www.spin.com, http://thequietus.com, http://en.wikipedia.org, http://rincondesconexion.blogspot.com
Listado de canciones:
1.- The sing
2.- Javelin unlanding
3.- Small plane
4.- Spring
5.- Ride my arrow
6.- Summer painter
7.- Seagull
8.- Winter road
Vídeos:
The sing - Bill Callahan
Javelin unlanding - Bill Callahan
Small plane - Bill Callahan
Spring - Bill Callahan
Ride my arrow - Bill Callahan
Summer painter - Bill Callahan
Seagull - Bill Callahan
Winter road - Bill Callahan
Suena muy bien. La disposición de los instrumentos y esos dejes a lo NJick Drake me gustan y convencen. Buen post, caballero.
ResponderEliminarSí que tiene mucho deje a Nick Drake. Aunque Bill tiene más recorrido, no sólo en solitario, sino también con su proyecto Smog (que tengo en lista de espera para ser diseccionado). Seguro que disfrutaremos con si biografía.
ResponderEliminarMychas gracias, Alex. Un saludo.