lunes, septiembre 20, 2010

CAMINOS

Llega un momento en la vida que te das cuenta que te has salido del camino. Puede tratarse de un pequeño desvío, pero si no lo corriges, es muy probable que no lo vuelvas a encontrar y que sigas otro, ni mejor ni peor, pero diferente. De repente, un suceso inesperado, no deseado, enciende todas las luces de alarma. Y te dices que, o intentas conocer tus coordenadas y tratar de volver al camino, o se produce finalmente el extravío.

En ese momento te inclinas por preguntarte por qué se ha llegado a ese punto. Por comodidad, por dejar que las cosas se arreglen solas, por desidia, por falta de comunicación, por orgullo, por egoísmo. Por muchas cosas. Lo cierto es que te dices cómo has sido tan ciego como para no preverlo, tú que siempre te ha gustado planificar y medir las consecuencias. La sintomatología es muy variada: estrés, obligaciones familiares, dolencias físicas, bloqueo mental, falta de tiempo para dedicarte a todo, prioridades mal asignadas, falta de cariño y de valoración de tu función, falta de ilusión. El resultado es que pierdes la perspectiva de tu alcance visual, y mides mal las distancias, te pilla mal colocado y te comes la bola, en el argot tenístico, como tantas veces me gusta poner como ejemplo, haciendo que te desvíes del camino principal.

Y, sin embargo, tu instinto te avisa desde hace tiempo que tu vida no va tan bien como parece. La gente te ve apagado, y se imagina que es por el estrés o las molestias de espalda, pero detrás de la fachada no se ve la aluminosis. Y esa situación no es repentina. Es el resultado de un proceso y una maceración lenta, seguramente no deseada, pero que el tiempo, con su erosión y modelación, hace evidente en un momento determinado.

Te das cuenta que no has disfrutado la vida. Que tu vida ha sido muy lineal, sin apenas sobresaltos, pero emocionalmente gris. Y te buscas tu propio rincón, para enriquecerte como persona, para buscar un valor añadido a tu ser social y para aumentar tu autoestima. Ese deporte predilecto o ese internet que te pone en relación con personas con intereses similares al tuyo: tu equipo de fútbol muy distante de donde vives, el diario de aquella tierra que dejaste hace mucho tiempo, pero de la que te sientes parte indisoluble, esa gente con gustos musicales, literarios, deportivos o culturales parecidos, y que te hacen ver que hay una vida muy diferente fuera de tu ámbito diario. Una vida atractiva y llena de sensaciones, de sentimientos olvidados, de amigos a los que hace muchos años que no ves, a amigos nuevos con los que simpatizas, y de personas tremendas con las que te identificas desde el primer momento. Y son esas personas las que te llenan el depósito emocional cada día, las que te hacen poner una sonrisa en el rostro cuando las cosas se han torcido, las que te apoyan cada día desde la lejanía dándote ese empujoncito de ánimo, esas personas que te cuentan sus problemas y los haces tuyos, porque crees que puedes ayudarles y te hacen sentirte valioso.

Es entonces cuando te dices que quieres vivir con alegría, porque admiras a esa gente que sonríe ante la adversidad, a esa gente que deja sus problemas colgados en el perchero cuando llegan a casa, y los recogen por la mañana con otro ánimo más positivo, incluso alguno ha dejado de ser un problema. Que quieres vivir con comunicación, con complicidad, con compromiso. En definitiva, con amor. Porque sin él es imposible hacer las cosas con determinación. Y eliges precisamente ese camino, el del amor, porque es el que te va a dar esa alegría, ese vivir con más intensidad y esa ilusión perdida, y el que va a hacer que saques todo el potencial que llevas dentro.

2 comentarios:

  1. Bonitas reflexiones JL. Un saludo.

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  2. Gracias. Viniendo de quien viene, es todo un halago. Tenemos que hablar cuando nos veamos sobre el Palleter de Mestalla, jajaja. Un abrazo.

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