EQUILIBRIOS
El mundo de hoy en día se basa en constantes equilibrios. En todos los campos. Nuestro planeta gira rotando y trasladándose a base de equilibrios físicos y magnéticos. La economía se basa en equilibrios en los mercados. La mayoría de relaciones sociales recurren constantemente a equilibrios, significativamente la conyugal. En la empresa vemos asiduamente cómo se gestionan los equilibrios en la producción, financiación, inversión e incluso en las relaciones de poder o laborales.
Se dice que se logra un equilibrio cuando lo que se ofrece se iguala a lo que se nos demanda. Pero en la vida real muy pocas veces sucede esto, y con más frecuencia de lo debido ofrecemos mucho más de lo que nos demandan, o nos demandan mucho más de lo que nos ofrecen.
¿Qué consecuencias conlleva este desequilibrio? De todo tipo. Físicas, mentales, emocionales, económicas,... En Economía se diría que este punto de equilibrio es un punto ineficiente, por cuanto no aprovecha al máximo los recursos.
Sin embargo hay ocasiones en que una situación en equilibrio pasa de un plumazo a otra completamente diferente. Puede que en un solo día. Si durante mucho tiempo, años incluso, has ido manteniendo tus equilibrios más o menos con comodidad, mañana puede ser un día totalmente distinto y te encuentras una situación en que debes recomponer todo, desde las bases a la última de tus piezas. Y el punto de ruptura puede ser advertido o no, o puede ser advertido pero no considerado como factible.
Y también existen equilibrios ficticios, de cara al exterior, pero son tan inestables que de un día para otro corren el riesgo de un desequilibrio profundo de compleja solución. Esos equilibrios enmascaran graves carencias y discordancias interiores, que pueden hacerse manifiestos en cualquier momento y por la más insospechada causa. Por eso mismo, esa ruptura del equilibrio ficticio puede generar un equilibrio más sólido, aunque el período de transición sea generalmente traumático.
No terminan aquí los equilibrios. También existen los equilibrios forzados, aquellos que se buscan para evitar afrontar los desequilibrios básicos. A veces son sólidos, pero derivan por lo general en temporales, pues, o se convierten en equilibrios básicos, o terminan por hacer evidentes los desajustes en los equilibrios básicos. Estos equilibrios llegan a un punto en que las asimetrías y descompensaciones hacen imposible mantenerlos y perjudican más que benefician. Lo mejor a largo plazo, y aunque duela enormemente el proceso del abandono, es dejarlos, pues finalmente provocan situaciones insostenibles.
Hay ocasiones en la vida que te das cuenta de que determinadas decisiones pasadas que incidían en el camino a tomar en el futuro, tomadas en virtud de las circunstancias del momento, fueron erróneas. Es cuando reparas en que tu equilibrio es ficticio. Y a veces buscas la salida en un equilibrio forzado. La decisión pasada se convierte en un desequilibrio futuro. ¿Qué hacer? O tu equilibrio forzado lo conviertes en básico, lo cual la mayoría de veces es muy complicado y puede generar graves conflictos, o replanteas tu equilibrio ficticio y ponderas si debes romperlo o mantenerlo de acuerdo a otros parámetros.
Supongo que a unos u otros se nos ha planteado ese momento crucial, más pronto o más tarde. Pero quizá sea bueno en esos momentos, no pensar tanto en lo erróneo de aquellas decisiones, sino más en aquellas decisiones que tomaste hace mucho tiempo y que fueron positivas y te llevaron por el camino correcto. Porque rascando siempre se encuentran. Aquellas que ahora permiten poder pararte y reflexionar. Equilibrar las consecuencias de aquellas decisiones. Equilibrios, equilibrios, ...
Todos tenemos deficits y superavits en todos los aspectos. Y, obviamente, nos generan desequilibrios. Quizá deberíamos pensar en emplear esos superavits para enjugar los deficits. Esas virtudes o posiciones ventajosas, para reducir los defectos o afrontar mejor las situaciones negativas.
Vivimos muy deprisa. Haciendo un símil automovilístico, usamos demasiado los frenos, cuando sería mejor reducir con el motor, no gastando tanto las pastillas y líquido de frenos y ayudando a un funcionamiento más armónico y eficiente del motor. Ello también evita quedarnos sin frenos en el momento más inoportuno, cuando el choque se convierte en inevitable.
El tránsito por el camino del dolor es duro, pero te obliga a relativizarlo todo. Vivimos en un mundo de máximos y de mínimos absolutos, de blancos o negros, pero no tenemos en cuenta que ambos puntos son sólo eso: simples puntos. Hay toda una enorme escala de puntos o matices entre el máximo y el mínimo, y de grises entre el blanco y el negro.
Durante este tránsito es fácil pedir cuentas a alguien que no actuó como pensabas que debería haberlo hecho. Te sientes legitimado. Pero en definitiva es una excusa para tratar de personalizar tus desequilibrios. No debemos hacerlo. Hay que tratar de que el sedimento zarandeado por la revolución emocional repose de nuevo.
También es fácil salirse del camino. Buscar un atajo para encontrar la felicidad perdida. No podemos traicionar nuestros principios básicos, pero también hemos de pensar que sólo tenemos una vida para disfrutarla. Con armonía, con estabilidad, con... equilibrio. Siempre, como dice mi lema tenístico: parar, pensar y pegarle lo mejor posible a la bola que te viene. Se trata de remontar un partido que se te ha puesto complicado, pero hay que disfrutar jugando para conseguirlo, porque si no crees en tí mismo y en que lo puedes conseguir, no tienes nada que hacer.
Pues te ha saldio una entrada bastante equilibrada
ResponderEliminarDe eso se trataba, de eso...
ResponderEliminarEl problema es que a veces surgen temas que no dependen de ti y el equilibrio se va al carajo
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